18 mayo 2006

HEROE POR ACCIDENTE

(para mi ferroviario favorito)
Regresaba a Játiva desde Valencia, en un tren cuyos vagones le recordaban los de un tranvía, con el maquinista a la intemperie de los ojos de los viajeros, separados tan solo por una barra metálica semicircular. Se había situado en el vagón de cabeza, próxima al conductor que, embutido entre su sillón y un mostrador ligeramente inclinado hacia el interior, manejaba con la pericia de un virtuoso, atrayentes manivelas, pulcrísimos manómetros, relojes de tiempos diferentes y otros objetos igual de seductores, que a ella se le antojaban milagrosos.
Se estaban aproximando a Silla y, una vez más, observó sus manos posándose como una caricia sobre los mandos de aquel gusano de madera, que se iba deteniendo con docilidad en el andén número uno. Fue en ese momento cuando las cosas comenzaron a perder toda apariencia de normalidad.
Vio al factor corriendo frenéticamente por el andén, mientras agitaba el banderín en dirección al maquinista, gritándole que continuara avanzando para dejar libre el frontal de la estación. Después vino el desalojo de los viajeros y la noticia de que por la vía tres, procedente de la estación de Manuel-Enova, se aproximaba, descontrolado, un convoy de dos unidades, que si no conseguían detenerlo allí, colisionaría en no más de quince minutos con el expreso 421, que circulaba en dirección contraria.
Todo sucedió como si se tratara de fragmentos de una película a la que hubiera abandonado su montador. Mientras cuatro operarios colocaban enormes calzos sobre las vías, para hacerlo descarrilar, y la emisora de la estación desgranaba gritos y susurros, la sombra del maquinista de manos de seda volaba campo a través, en una dirección que ella entonces ignoraba.
Trancurridos minutos como horas, contuvo el aliento mientras veía agrandarse la figura de aquel animal herido, que desplazó furioso los calzos, continuando su carrera en caída libre, como un águila a la que hubieran disparado sobre las alas. A continuación un silencio sobrecogedor ante la tragedia inevitable.
Después, un galimatías de palabras entrecortadas... “la subida del Getsemaní... Romerales...el puente”, a las que solo pudo dar sentido al cabo de un tiempo eterno, mientras en la lejanía comenzaba a vislumbrarse la imagen difuminada de aquel pájaro abatido, desplazándose cansinamente en marcha atrás.
Lo había rescatado el maquinista de corazón loco, que en una desesperada carrera contrareloj, había llegado hasta el puente que cruzaba las vías en un tramo de fortísimo ascenso, a tiempo de lanzarse sobre la locomora, consiguiendo hacerse con su control, plantándole cara al destino, que aquel día tenía previsto cruzarse de mala manera con otras vidas.


08 mayo 2006

VIENDO PASAR LOS TRENES
(dedicado a Juan Leante)

Cuando era pequeño y vivía en el barrio de Entrevías, iba con mis amigos a ver pasar los trenes y poníamos la oreja en el carril para oír el tren cuando se acercaba. Un día, un hombre nos vio, se acercó y nos dijo que no hiciéramos eso porque era muy peligroso y le hicimos caso y nos retiramos a verlos desde más lejos. Pero también poníamos chapas, piedras y botellas para que las reventaran las ruedas al pasar. Una vez me saltó una piedra, me dio en el hombro y se me quitaron las ganas de poner cosas en las vías. Me gustan los trenes pero hay que tener precaución.

AUTOR: Juan Antonio Padilla. (C.O.Magerit)

06 mayo 2006

TORRE DEL BIERZO.


Carmelo salió de León temprano. Cogió, como todos los años en esta fecha, un cercanías que le llevó a Torre del Bierzo. Nada más apearse en la estación se encaminó muy despacio y cabizbajo, al lugar donde hace 42 años existía un túnel, justo al final de las agujas de salida.
Parado en el lugar que jamás olvidará, le asaltan las imágenes de aquel día funesto. Se arrodilla en el suelo, coge un puñado de tierra, ahora sin carbonilla y llora amargamente.

"Nunca debí salir de Brañuelas sin doble tracción. Tendría que haberme negado por mucho que el servicio lo requiriese. Pero no lo hice. Tuve miedo de contrariar al factor de circulación. ¡No, no! Quisiste apuntarte un tanto. Deberías estar muerto cómo los demás"

Bajando el puerto del Manzanal, Carmelo perdió los frenos de la locomotora. Él y su ayudante, pusieron en practica todas sus habilidades para frenar ese caballo desbocado, que acabó empotrándose dentro del túnel con otro tren que hacía maniobras. Segundos antes de la colisión, la pareja de conducción saltó de la máquina sufriendo graves lesiones, pero salvando la vida. Nunca se supo el número de víctimas, todo se silenciaba, pero a ciencia cierta fue el peor accidente de nuestra historia ferroviaria. La culpa que desde entonces siente Carmelo, es haberse salvado en aquel luctuoso suceso. Fue retirado del servicio poco tiempo después de sanar sus heridas. Para él, fue la confirmación oficial de su responsabilidad en lo ocurrido.

Fernando es el actual factor de circulación de Torre del Bierzo. Él y su mujer Paloma, cuando ven llegar a Carmelo van a su encuentro. A duras penas consiguen levantarle del suelo y llevarlo a la estación. Un par de orujos de la tierra, le dan la serenidad para volver a contarles lo ocurrido aquel día.

- Carmelo, te lo he dicho mil veces. La causa fue una rotura en la mangueta del freno. Eso, junto a los doce vagones repletos y en esa pendiente, no daba posibilidad alguna de parar el tren.-
- Apliqué el contravapor y no resultó. En Los Albares, el jefe de estación debió desviarnos a la vía del estrelladero. Se habrían evitado muchas muertes.
- ¡Carmelo¡ En Los Albares, Casimíro no tuvo valor para hacer eso con un tren de viajeros hasta los topes. Pensaría que al final todo acabaría bien. Lo único que se le ocurrió fue llamar por teléfono a Torre, para avisarles de lo que se les venía encima. No te tortures más. Han pasado 42 años desde aquella fatalidad y la vida debe continuar, incluyendo la tuya.

Fernando sabe que no hay solución, Carmelo busca en el presente cambiar el pasado para seguir viviendo. Antes de despedirse, vuelve a recordarles la promesa de esparcir sus cenizas en el lugar donde no debió burlar a la muerte.

Son las once. Por la estación de Torre está a punto de pasar, sin parada, el expreso Rías Altas. Fernando prepara la señal de vía libre y se pone la gorra. Un escalofrío le recorre la espalda cuando oye el silbato de la máquina y ve aparecer su columna de humo acompasada del chirriar de frenos. Ese tren no es el Rías Altas y está parando en Torre del Bierzo.

A un metro escaso de la vía, con el foco medio caído y la mirada perdida, Fernando se sobresalta al resonar en sus tímpanos como un trueno, el silbato de la locomotora del Rías Altas, sacándolo de su sueño. La velocidad del expreso al pasar, le atrae como un imán haciéndole temblar las piernas y arrancando de su cabeza la gorra. Paloma, se da cuenta de que algo raro le pasa a su marido. Cogiéndole del brazo lo lleva al despacho. Observa su tez pálida y escucha su voz entrecortada.

- Le he visto Paloma. Era él quien conducía ese maldito tren. Estaba sonriente, haciéndome la V con los dedos. Había conseguido detener el tren.
- Tranquilízate Fernando, es solo una pesadilla. Ve a llamar a Bembibre e informales del paso del expreso. ¿Quieres un café?
-¿Sabes? Creo que los sueños son nuestra última esperanza. Pobre Carmelo.

02 mayo 2006


UNA GOTA (Para Juan)


Sopló un aire seco mar adentro y arrastró la nube de leche con dos humos de hollín hasta la playa donde ranas blanquísimas decidían perder la piel bajo el sol devorador de humedades. Pasó de largo y entró en los pastos amarillos y punzantes, y estuvo de visita medio paso de ángel y después, con un nuevo empujón de viento, bajó como un paracaídas sobre la llanura. Y allí se quedó engordando de gris, fija como una pintura en relieve. El día se fue con una lentitud de moribundo que se aferra a la vida y araña los minutos con el ansia de quien no quiere morir. Por la noche, la nube continuó su viaje y se alzó hacia las montañas y vio mundo y se contaminó de humores ácidos que removieron el vapor blanco y el hollín y las párticulas suspendidas y aumentó su peso. Amanecía cuando aquella masa se alargó en un punto y se hizo una pequeña lágrima que se fue llenando y creciendo hasta convertirse en un pequeño globo que quedó unido a su madre por un hilo finísimo hasta que al final se soltó. Después de desayunar en la cafetería, volvió a su asiento, cerró los ojos y dejó que los latidos del convoy sobre los raíles entraran en el caudal de su sangre y golpearan sus sienes y sus muñecas. Sacó una mano por la ventanilla y la volvió palma arriba. La lágrima cayó sobre el techo del vagón, se arrastró perezosa, culebreando, perdió líquido por el camino y al final goteó sobre la mano. En seguida llegaron más y mojaron su piel y rebotaron con fuerza en el metal punteando el pulso del tren en su recorrido hacia el mar.

01 mayo 2006





¿POR QUÉ NO LOS VENDES?.


Un transformador marca Alter para 125 y 220v, dos centralitas de madera con sistema de clavijas de Standard Eléctrica, un teléfono de magneto con baterías, una emisora-repetidor de radio Telcom, dos emisoras portátiles de la misma marca, un casco y mascara de minero, dos sirenas de una mina, tres timbres de bronce de una fabrica de harinas, una señal luminosa de cambio de vías, un semáforo de la estación de Busdongo (Asturias), tres aparatos de precisión para medir gases y humedad, un panel de la centralita telefónica de Cariñena marca Ericson, dos amperímetros, un voltímetro, dos manómetros y algunas cosillas más componen mi colección de objetos antiguos, recogidos en lugares abandonados, y luego restaurados por mí. Mi hijo me dice de vez en cuando que en el Rastro me darían un buen dinero si los vendiese. Es más, me pregunta por qué no lo hago. Siempre le he contestado que para mí tienen un valor incalculable y que no tendría sentido pasarlos a otras manos. Esto no parece convencerle mucho, cosa que me entristece al comprender que a él ya no le interesan.La próxima vez le diré la verdad. Y es que lo más valioso de toda esta colección de objetos es el recuerdo de los momentos en que juntos los encontramos.




EL EXPRESO RÍAS BAIXAS.


En el anden nº1 de Príncipe Pío está situada una larga composición de coches cama, todos con su característico color azul, escudo dorado de la CIWL, y su peculiar suspensión de bogies Pensylvania. Barandillas y pasamanos cromados en oro, relucientes por el efecto de la gamuza impregnada de Netol. Un empleado de uniforme me invita a subir al vagón para acompañarme a mi departamento. Espacioso, con su decoración de marquetería a base de dibujos taraceados y múltiples detalles para dar mayor confort al viajero.Mi primer impulso, nada más colocar lo imprescindible, ha sido pedir una plaza para el primer turno de cenas en el coche restaurante. Se despide el empleado de la Compañía no sin antes recordarme qué a mi aviso convertirá el mullido sillón en una confortable cama.
El coche restaurante está aún vacío, es otro Pullman fabricado en Birmingan en 1928. Elijo mesa y espero el comienzo de la cena. Miéntras, observo el desfile de luces próximas y lejanas que me anuncian la lenta salida de Madrid. Se ha llenado el salón, las mesas delicadamente compuestas empiezan a descolocarse. Llega la bebida, Viña Ardanza como siempre, paga la empresa. De menú: Coctail de gambas, salmón, entrecote de buey, fruta variada y surtido de quesos. Soy presa de un gran apetito ante la perspectiva de una cena y ambiente distendido, sin prisas. He reservado un poco de pan y vino para degustar un trozo de cada variedad de queso. Después vendrá el Ducados más corto y placentero del día. De vuelta a mi departamento encuentro la cama ya preparada, con los retoques más propios de una madre. El empleado no ha esperado a que se lo pida. Cuando me ve entrar se acerca y me pregunta sobre la hora que deseo ser despertado. Una vez en pijama me preparo para ver la película que se presenta ante mis ojos. Apago las luces y me recuesto al lado de la ventana para observar el exterior. Hay luna llena, se ve como si fuese de día. En Avila aún no siento sueño, enciendo otro cigarro y espero que la visión de la llanura castellana lo consiga. Al cabo de un rato me meto en la cama. El traqueteo de rueda contra carril y la luz azul de emergencia me han devuelto el sueño.Despierto en Monforte Lemos, todavía queda mucho trayecto. Es momento de desayunar y ver amanecer.

Mi empresa sigue sin entender por qué no me voy en avión.
OTROS QUIJOTES.


En el depósito de locomotoras de Mora la Nueva, allá por los años 50, siempre había gran actividad dentro de la playa de vías. Desde esta estación se acometía la fuerte subida a la sierra de Pradell y el paso por el túnel de la Argentera de camino a Reus. La práctica totalidad del pueblo trabajaba para el ferrocarril de manera directa o indirecta. Cuando sonaba la sirena de los talleres había que ver la riada de ferroviarios por la calle de la estación en dirección a sus casas. Sólo las parejas de conducción y personal de circulación permanecían junto a sus máquinas o puestos de control.Bajo una frondosa higuera cercana al depósito de agua, se sentaban tres parejas de conducción. Una de ellas estaba asignada a las maniobras con una Piloto en la estación de Mora. "Piloto" se decía de una máquina muy veterana de más de cien años, que antes de pasar a desguace se le asignaban tareas anodinas, como hacer maniobras de clasificación de vagones. Luego llegaba una moderna 2-4-1 "Bonita" de Renfe y se los llevaba a su destino. Domingo, el más veterano de todos, era el encargado de preparar el cocido aprovechando una eyección de la caldera. Lo hacía con una olla de fabricación artesanal con una doble pared por la que circulaba el agua hirviendo. Fueron las precursoras de la olla exprés. Alonso y Sancho eran bisoños y jóvenes a su vez. Sus cabezas llenas de pájaros no dejaban de preguntar a los veteranos acerca del recorrido hasta Barcelona. Sabido era, que tenían que salvar grandes dificultades en la línea y por esa razón la llamaron "Epopeya de los directos de Madrid a Barcelona vía Caspe, Mora, Reus y Tarragona". Sancho era el fogonero y por tanto el más sacrificado. Hacía su cometido con cierta pereza mientras pensaba en el momento del almuerzo. Alonso por el contrario siempre le estaba contando sus planes de futuro y proponiéndole aventuras que Sancho se encargaba de poner en su sitio sin molestarle.
Cierto día del mes de Julio a media tarde y con un calor sofocante, llegó el directo de Madrid a la estación. Andrés, jefe de la misma, andaba como loco de un lado a otro sin saber qué decisión tomar. La máquina que daba el relevo había tenido avería nada más salir de la rotonda de talleres y no podía pedir que la titular del directo continuara hasta Reus puesto que estaba exhausta, falta de agua y carbón.Mientras la recién llegada se retiraba al depósito, Alonso y Sancho maniobraban con el coche restaurante para acoplarlo al directo. Al ver a Andrés su jefe dando voces, le preguntaron:

- ¿Pero qué le pasa? Por cierto, ¿dónde está Caballero con el relevo?
- No está ni estará, tiene la vaporosa averiada.

Se le iluminaron los ojos, algo por dentro se le removió y sin poder remediarlo le dijo a Sancho:

- ¡Es nuestra oportunidad!

Sancho sabía a qué se refería y trató de poner juicio:

- Alonso, ni se te ocurra. Estás loco, nunca hemos salido de aquí y no tenemos preparación para lo que estás pensando.

No le escuchaba. Alonso escupió su sentencia:

- D. Andrés, nosotros podemos hacer el servicio sin problema. Estamos preparados.
- Quiá. ¿Vosotros? No llegaríais ni al primer túnel.
- Con otra locomotora puede que no, pero con esta reliquia que conozco como a mi fogonero, llego a donde quiera. Puede que más tarde, pero llego.

Y ese razonamiento provocó que Andrés hiciera valer el dicho de que más vale tarde que nunca. Y que Dios le pillara confesado si además ocurría algún accidente.

- Jefe no le vamos a defraudar. Esto le valdrá una mención en el libro de la compañía.
- ¿Una mención? Vosotros no sabéis lo que os espera . Y a mí, veremos si salgo vivo de esta situación. Un solo consejo, cuando lleguéis al túnel de Fabara recordar que debéis atravesarlo a 40km/h, si vais a más velocidad los bandazos de la máquina pueden hacerla rozar con el revestimento.
- Descuide jefe, lo tendremos en cuenta.

Andrés les dio la salida y después imploró al cielo para que todo fuera bien. Descolgó el teléfono y avisó a la siguiente estación de lo que se les venía encima. Naturalmente todos los factores de la línea se echaron a temblar. La vetusta 0-4-0 de Alonso y Sancho empezó el recorrido a marcha de caracol. Sólo en la cuesta abajo que daba acceso al túnel de Fabara, decidió darle gas a tope para recuperar algo de tiempo. En cada kilometro recorrido se iba acumulando más y más retraso. Sancho le recordó las advertencias de Andrés, pero Alonso seguía sin escucharle. Se sentía la persona más importante del mundo, su misión era vital, nada ni nadie impediría su gesta. Sólo se dirigía a Sancho para pedirle más presión en la caldera.Entraron en el túnel a 60km/h y tal como dijo Andrés, se sintió un fuerte impacto y un sonoro estruendo que sobrecogió a ambos. Habían golpeado con la chimenea en el revestimiento del túnel. Pero no se detuvo a pesar de las chispas y carbonilla que cegaron la cabina de conducción. Alonso, más que sentirse consternado, creyó que pasar por las restantes estaciones hasta Tarragona mostrando esta herida de guerra, le valdría la admiración de los compañeros.Rebasó todas las estaciones sin detenerse para evitar una mayor acumulación de retraso que no obstante era ya de tres horas. A las once de la noche pasaba por delante de la señal de entrada de Tarragona. Igual que todos su compañeros se acicaló la gorra, anudó bien su pañuelo, y se asomó descaradamente a la ventanilla para que pudieran observarle bien los viajeros de la estación. Sobre todo el factor de circulación de Tarragona al que sin duda iba a impactar.Pero una vez la chocolatera rodó por el primer tramo de andén empezó a escuchar una sonora pita de los desesperados familiares y cabreados viajeros que iban a tomar este directo a Barcelona. Y se la dirigían a ellos. A la vez, vieron en la distancia la cara del factor que veía a su encuentro con una mueca que no presagiaba felicitación alguna. Y así fue, a la bronca del factor se unió la de los viajeros que se bajaban en Tarragona a los que la policía tuvo que sujetar para que nos les agredieran.Pasaron al despacho del factor y éste algo más tranquilo les dijo:

- No, si vosotros lo habéis hecho bien, la culpa es de Andrés, se le va a caer el pelo. Y la chimenea la habéis dejado en Fabara, seguro.

Alonso y Sancho se retiraron a los dormitorios de maquinistas de la estación totalmente cortados y desilusionados. Pero al entrar en el habitáculo una sonora pita con grandes vítores y aplausos de los compañeros allí presentes les devolvió el ánimo. Delante de ellos estaba Domingo, el veterano de más fama en la línea. Cogió el atizador de la estufa a modo de espada y tras arrodillarlos en el suelo les nombró nuevos caballeros de la "Línea de los Directos".

30 abril 2006





MINAS DE RIO TINTO.

No te conocí cuando conservabas la piel que la simple evolución del planeta te fue dando. Sin duda, aquella belleza la puedo interpretar cómo la de cualquier paisaje. No importa su aridez o frescura, es solo cuestión de descubrir lo que no ves con los ojos. Nosotros te trasformamos. Nos invadió una locura febril por desentrañar tu vientre, sacar el metal que nos hacía falta para vivir mejor. Te abrimos, fuimos horadando tu carne, apartando las vísceras inservibles hasta llegar al fruto profundo. Te mortificamos, quemamos los bienes recolectados, soltando al aire y al agua venenos que mataron toda la vida que hasta entonces te acompañaba. Las nuestras empezaron a sufrir la muerte ajena. Y cuando te agotaste ni siquiera te enterramos. Nos fuimos y dejamos la herida abierta. Pero en medio de ese caos, surgió la belleza. Los venenos minerales han vestido tus escombreras de los colores del arco iris y el Tinto recupera su belleza. La vida vuelve poco a poco. He visto alguna mata solitaria salir en esas inmensas terrazas calcificadas, y correr a las primeras hormigas de primavera. En medio de tanta destrucción nacen nuevas formas, colores inimaginables, escorias labradas al azar en aquellos hornos crematorios, piritas que brillan a la luz de la luna, cuarzo y yesos labrados por la lluvia.Y al pasear a tu lado, junto al Tinto, siento la misma paz que Machado a la orilla del Duero. Nada ha cambiado sustancialmente. Tus entrañas escondían una belleza tan abrumadora como la profundidad de la herida que no tapamos.









LA HIGUERA.

Se sentó Pepe debajo de la frondosa higuera, en el banco de madera que él mismo se había hecho con viejas traviesas de la vía. A su lado, en la mesa de piedra, puso el café y el porrón con el aguardiente que su amigo Hilario (maquinista en la línea) le había traído del Bierzo. Hilario era su único contacto con el exterior. También el cartero que nunca le llevaba carta alguna, solo los paquetes y libros que Pepe le pedía. El café de origen portugués lo preparaba a conciencia, ni muy molido ni excesivamente grueso, era su secreto, que solo compartía con Hilario. Nunca detenía el tren del todo, pues no había parada autorizada, así que Pepe le seguía al paso y le daba el vaso de café puro con unas gotas de aguardiente, mientras Hilario le entregaba el paquete y le informaba de alguna noticia atrasada.
Bebió un sorbo y se recostó sobre el banco observando la algarabía de pájaros refugiados a esa hora de la tarde, la de más calor, en el fresco cobijo de tan generoso árbol. Hacía días que los higos eran objetivo de las aves. Fruta que mezclada con el agua de la alberca les producía unas diarreas descomunales. Con sus ojos fijos en el azul infinito, empezó a recordar cuando llegó por primera vez a este destino. La estación del Mármol. Así la llamaban porque durante años era punto de embarque de unas canteras que tardaron poco en agotarse o quizás, ya no interesaban a nadie. La pequeña casa no parecía una estación. Sólo tres estancias, entre ellas la oficina del teléfono con cuatro muebles viejos. En el exterior, dos Eucaliptus que marcaban la única referencia de un paisaje lunar en la sierra de los Murrios. A su lado un pozo que nadie pensaría tuviese agua. Una vía de cruce y una de carga con su pequeño almacén, era el inventario de aquel desolado lugar.Trasformar la realidad es lo que él había conseguido durante tantos años. Aquel pozo con su generoso acuífero, alimentó a unos plantones de diversas retamas, alibustre, romero, lilas y jazmines. Después vinieron un almendro, un membrillo y dos manzanos. Pero ninguno de ellos le dejó la sombra que buscaba. Para colmo, no daban a la estación el aire ferroviario que deseaba. Toda estación que se precie debía tener como mínimo una higuera.Y acabó plantando cuatro, pero de todas ellas una fue su orgullo, su gran amor junto al perro Latón, un San Bernardo recogido del abandono y dos gatos persas de pelo corto, a los que Latón lamía como si fueran sus hermanos. La única circulación que atendía era el tren carbonero de Hilario, para cerrar las barreras de la carretera comarcal. Por el poco tráfico de coches que por allí pasaban, llegó Pepe a pensar que se habían olvidado de él. La nómina era la única certificación de que aún estaba empleado en la compañía, pues hacía ya tiempo que no le llegaban ni las circulares con las actualizaciones del reglamento de circulación. Sus ojos se recrearon de nuevo en la higuera y se preguntó por qué a los árboles no se les ponía un nombre. Estaba seguro que aunque no pudieran manifestarse como su perro Latón, si les hablabas, en su interior la savia se aceleraba como el pulso en las personas, lo sabía porque esa higuera había recibido todo su esmero y cariño y el resultado quedaba a la vista. Sus frutos doblaban a los de las otras tres y los pájaros distinguían bien en cual comer primero.
El sonido del silbato de Hilario le ha despertado de sus recuerdos. Después de poner las cadenas del paso a nivel coge el banderín en ristre para dar el paso reglamentario, aunque a nadie le importe.Se sorprende por la inesperada parada de Hilario a su altura. No tiene buena cara su amigo. Entre el estruendo de los motores diesel escucha a un personaje que se asoma a la ventanilla y que no conoce. Le entrega un sobre al tiempo que le dice:

- A partir de primero del mes que viene, esta estación quedará suprimida. En el sobre vienen las instrucciones y su nuevo destino.

Hilario se ha despedido de Pepe sin recibir respuesta, pero lo entiende.Muy despacio, mientras el rugido de la diesel se aleja, Pepe retira las cadenas del paso a nivel y vuelve a hacia la casa. Latón como siempre detrás de él. Después de leer el contenido del sobre da un vistazo alrededor y se fija en la higuera. Sonríe y hablando en voz alta le dice:

- En los próximos meses voy a preparar una huerta entre tu sombra y la alberca.

EL CERRO DE LA PLATA.
(DEDICADO A PADILLA)

Como cada domingo él iba detrás. Serio, callado, vigilando mis movimientos. Nos esperaba una vez mas el Cerro de la Plata para ver desfilar los largos trenes de viajeros. En ese montículo se apreciaba la grandeza de las locomotoras de carbón. Pasaban con el regulador abierto a tope, soltando chorros de vapor y un gran penacho de humo gris antes de acometer la rampa de Vallecas – El Pozo. Allí, mi padre parecia recobrar algo que hacía que sus ojos brillaran de forma diferente. Hasta podría asegurar que sonreía de vez en cuando.
Al regresar a casa él iba detrás y yo me volvía de cuando en cuando para comprobar que me seguía. Él, observaba la polvareda que levantaban mis pies cual máquina de tren, al compás del resoplido de mis inflados carrillos. Pero no me regañaba.Antes de entrar en casa, me limpiaba los zapatos para que mi madre no se enfadara.

EL ALMA DEL CARRIL.

He vuelto a la vieja estación o lo que queda de ella, convertida ahora en cargadero de carbón. Tan sólo la rampa que daba acceso al muelle de mercancías se ha salvado. He paseado entre las vías, hoy desiertas por ser festivo, haciendo equilibrios entre las desgastadas traviesas y el balasto envejecido. Hay una vía de paso y tres de cruce, una de las cuales da cobijo a los vagones que cargan el mineral. Todos los carriles están machacados, herrumbrosos y casi cubiertos por la vegetación y las escorias. Son de 1930 de 45kg por metro lineal, poca envergadura para las cargas que soportan ahora. Me he fijado en un tramo de carril. Está partido a lo largo de la base de rodadura, por el "alma", que diría un ferroviario, y no comprendo cómo sigue resistiendo todavía. Ahora pienso en mí. Soy ese carril, mi espíritu está fatigado y las traviesas donde me apoyaba o no existen o son puras astillas. Creo que mi alma también se ha partido y a ello han contribuido las cargas excesivas que al igual que al carril han circulado por mi vida.
Su desgaste y el mío existen desde que nacimos, pero sus efectos se sienten de golpe, una sola vez en la vida, es ese día en que la última circulación que pasa por encima nos parte el "alma".




CAERSE DEL BURRO.

La mirada de su jefe le atravesó, pero fueron sus palabras y la raya imaginaria que trazaba sobre el suelo de la cabina de conducción las que le llegaron a lo más hondo de su orgullo:

- De aquí para allá está tu sitio. Así que, arreando, que hay mucho que hacer.

Hasta ahora todo había sido un mero aprendizaje en el regimiento de ferrocarriles, pero terminado el servicio militar le esperaba el trabajo de verdad. Eso le había dicho su tío cuando le metió en la compañía del Norte. Terminó la protección familiar. Acababa de traspasar una frontera que le removía las vísceras, provocándole una angustia vital, ante la cual la huida se presentaba como tabla de salvación.Pero no. Aguantaría. Aún a sabiendas de que su instinto natural fue siempre rebelde. Su jefe acababa de poner límites a una juventud que él consideraba eterna.
La primera paletada rebotó en el apelmazado carbón. Miró a su jefe asustado esperando un mal gesto, pero lo que vio fue una sonrisa que no se mostraba.

29 abril 2006


FÁTIMA.


Hace muchos años que Valentín se enamoró de Fátima. Fueron muchas las ocasiones en las que otras personas allegadas e incluso él mismo, le preguntaron, se preguntó, que sería lo que había visto en Fátima para dedicarse en cuerpo y alma a sus constantes cuidados.
Cuándo la conoció, su salud ya era delicada. Los años no habían pasado el balde y para mayor desgracia sus dos compañeros anteriores no se distinguieron mucho por darle una vida adecuada.
Ahora, a Fátima le cuesta un esfuerzo considerable ir de un lado para otro, y no digamos subir una suave pendiente. Su respiración se vuelve ronca, a cada paso más lenta, hasta el punto de que en algún momento ocurrirá lo inevitable. Su corazón no seguirá adelante.
Pero Valentín conoce al dedillo todos sus achaques y los síntomas que les preceden. Desde que empieza por la mañana a ocuparse de ella, ya huele a mucho amor. Sabe que su aspecto debe ser el mejor y saca lustro de un cuerpo desvencijado que reniega de sí mismo. Cuándo ésta operación llega a su fin, se aleja unos pasos para contemplar su obra y echarle un par de piropos.
Lo siguiente es más complicado. Conseguir que se ponga en movimiento requiere un tacto exquisito. Pero Valentín usa su veteranía para sacar el mayor rendimiento y dar los primeros pasos. Seguir después, es más llevadero. Durante el recorrido, Serafín es todo ojos y oídos. Es tal su desvelo por Fátima que resulta obsesivo. Al primer aviso ya está aminorando el paso, aplicando ungüentos o insuflándole un poco de aire fresco.
Nadie en la estación entiende cómo Valentín tiene medio abandonada a su familia, por el simple hecho de mantener viva la vieja máquina de maniobras, la que sus jefes y compañeros esperan que un día de estos reviente de una vez.
Cuándo eso ocurra, Valentín morirá con ella. Por verdadero amor.

27 abril 2006








NAVIDAD EN BEMBIBRE (CUENTO).


En la estación de Bembibre, en el Bierzo Leonés, comienza el ascenso al Puerto del Manzanal. Allí nunca se celebra la Navidad. Una pena, pues pocos lugares ofrecen un paisaje tan adecuado para esas fechas: Nieve por todas partes, ventiscas, y frío que congela las ideas.
En este panorama se desenvolvía el jefe de estación allá por los años cincuenta. Bembibre tenía una gran playa de vías y numerosos apartaderos, imprescindibles para situar los trenes carboneros cuando el clima impedía su circulación por el puerto.
Cierto día de Diciembre, ya no quedaban vías disponibles. La subida por el puerto no era recomendable hasta que amainara un poco el temporal. Sin embargo, las necesidades de combustible no podían esperar más. Se mandan brigadas que trabajan sin descanso apartando la nieve, pero apenas despejan un tramo, ya está cubierto el anterior. Mas las presiones sobre el jefe de estación desde la jefatura de León no cesan y acaban por  hacerle tomar una decisión. Convoca a tres parejas de conducción y les da orden de partir en triple tracción con un carbonero de 50 vagones. Saben que cumplir esta misión supone abastecer las calefacciones, cocinas y fábricas de un país aún sumido en la pobreza y la miseria. Confia en que las desdichas, en estas fechas, le den una tregua.

Al oir el sonido del silbato, las tres locomotoras (dos en cabeza y una empujando por la cola) se ponen en marcha en un apoteósico rechinar de ganchos y ruedas, acompasado de nubes de humo blanco que ocultan la estación. Las dos primeras despiden chorros de vapor por los émbolos como si en ello les fuera la vida, mientras que la que empuja por la cola patina en su afán de coger la velocidad adecuada cuanto antes. Maquinista y fogonero de esta última, saben que les ha tocado la peor parte. Si el convoy llega al túnel del El Lazo a 40km/h, podrán sortearlo sin grandes agobios, de lo contrario..., prefieren no pensar.
Tras una hora de marcha complicada llegan al túnel a escasa velocidad. Las dos primeras máquinas lo atraviesan junto con la mitad del convoy, pero la empinada rampa a su salida les hace perder velocidad y dar alocados patinazos. La que va en cola lo intuye y aplica toda su potencia hasta introducirse en el túnel. No se ve nada. Están sofocados, se abrasan la piel, apenas pueden saber si avanzan o no. Solo el palo de la escoba al tocar la pared del túnel les hace comprender que se están parando. Se dan voces el uno al otro:

- ¡Sigue echando arena! - ¡Ponte la mascarilla! - ¡Túmbate y podrás respirar mejor! - ¡Por Dios dale más potencia, estamos patinando!

Podrían escapar de ese infierno haciendo marcha atrás y así salir del túnel, pero significaría dejar que la composición retrocediera sin control hasta sabe Dios donde, y renunciar a su cometido. Con las gargantas abrasadas por los gases de azufre, las ropas medio calcinadas, la pareja de conducción hace el último gran esfuerzo por sacar el tren del túnel. Regulador abierto al máximo, pulsaciones de los émbolos que hacen temblar las paredes, patinazos frecuentes que despiden un haz de chispas como única fuente de luz en las tinieblas, y un humo espeso irrespirable, es el escenario donde sus sentidos dejan de sentir.
El maquinista de la titular que va en cabeza, ha visto que recupera velocidad y que la máquina de cola ha salido del túnel. Hace las señales reglamentarias con el silbato para que esta deje de empujar y retroceda hasta Bembibre. Pero no obtiene respuesta. La velocidad es tan pequeña que manda al fogonero apearse para ver que ocurre. Cuando llega a la máquina, se encarama a la cabina y encuentra a sus dos compañeros sobre el suelo. Cierra el regulador y frena la frena. Se acerca a ellos y los zarandea. Por sus mejillas empiezan a resbalar unas lágrimas negras. Las señales que envía con el silbato a sus compañeros son campanas tocando a muerto. No son los primeros ni serán los últimos.
El tren ha llegado a su destino. En la ciudad el invierno no será tan duro. En Bembibre la Navidad se enluta de nuevo. Por eso nunca se celebra.

23 marzo 2006



EL TREN DE POLA.


A un gesto de Dionisio la pareja sube a la locomotora de vapor conocedora de su misión. Eloísa lo hace por la escalerilla de acceso a la marquesina, como buena ferroviaria, mientras que Calixto prefiere dejarlo a la improvisación, unas veces por los topes delanteros, otras por los traseros y las menos por donde resulta más fácil. Eloísa se ocupa de hacer sonar el silbato de la máquina avisando de la salida del tren con pitidos la
rgos y sonoros, como manda el reglamento. Cuando termina, mira al jefe buscando su aprobación. Calixto es el encargado de echar la cadenilla de protección a ambos lados de las escalerillas, para evitar una inoportuna caída de sus patronos a la vía cuando la máquina da bandazos. Algún entendido en esta materia pensará, que cómo es posible que, en esta “vaporosa” vayan cuatro operarios cuando lo normal son dos. Bien, despejemos la incógnita. Eloísa es una chimpancé de tres años; inteligente, cariñosa y muy trabajadora. Sus ojos son negros y cuando mira te derrites. Ella lo sabe y a veces creo que abusa de Dionisio y Antolín, maquinista y fogonero respectivamente. Quedan todos presentados.
Decía qué Eloísa es inteligente, sí, bastante más que Calixto y aprende con facilidad. Además de tocar el silbato se ocupa también de echar el freno de mano al tender de la locomotora. Eso de dar vueltas a l
a manivela la apasiona. Ahora Dioni, como le llaman sus amigos, le está enseñando a regar el carbón de vez en cuando; los aficionados saben que esta operación es importante para que no se levante polvo y que no salgan demasiadas carbonillas sin quemar por la chimenea. De momento va bien, pero de vez en cuando se distrae y moja lo que no debe.
Calixto es muy vivaracho, es un mono Titi, creo que así les llaman, nervioso, activo y bastante alocado, ya lo dije antes. Dioni teme que algún día le pueda pasar algo pues no se está quieto en ningún sitio, tan pronto se sube a la pila de carbón como se planta en lo alto de la marquesina o se pone en el frontal de la máquina agarrado al farol de acetileno. Entonces parecen un tren en la jungla thailandesa. Pero es un buen chico, tiene dos años y su juventud no le deja en paz. Eloísa le trata con cariño a pesar de que Calixto siempre está enredando. Sólo, cuando toca el silbato, no le permite bromas, si se acerca, le enseña los dientes o le previene con un chillido amenazador. Los ferroviarios de la línea llaman a este convo
y "El tren del zoo" y ya están habituados a coexistir con ellos. Algún que otro jefe de estación acepta de buen grado que Calixto toque la campana de aviso a los viajeros antes de la salida del tren, a sabiendas de que no es lo suyo, y más que un tilín, tilín, armónico, suele conseguir un sordo roce del badajo mezclado con tintineos esporádicos. Otros maquinistas aprovechan los cruces de sus trenes con el de Dioni para darles alguna golosina y de paso hacerles rabiar un poco.
Por fin el tren sale de Pola en dirección a León con un carbonero. Las brigadas de vía y obras trabajan en el puerto sin descanso apartando la nieve, pero apenas despejan un tramo, ya está cubierto el anterior. Dioni y Antolín saben que el estado de la vía resultará peligroso, pero cumplir su misión tendrá como resultado el abastecimiento de fábricas, calefacciones y cocinas de una parte del país.
La “Pajares”, que así se llama su máquina, arranca del andén tercero con apoteósico rechinar de ganchos y ruedas. Se acompasa de nubes de humo blanco que ocultan la estación, y chorros de vapor que escapan por los émbolos como si en ello le fuera la vida. Y no es exagerada la comparación, pues maquinista y fogonero saben que para superar la primera rampa donde se encuentra el túnel número diez, es indispensable pasar a no menos de 40kms/h o de lo contrario mejor no pensar. Tras quince minutos de marcha y duros intentos por sacar lo mejor de su vieja locomotora, llegan al túnel a escasa velocidad. La empinada cuesta a su salida les hace perder velocidad y dar alocados patinazos. No se ve casi nada. Respiran penosamente. Como consecuencia del calor les sobreviene una gran confusión mezclada con la angustia de no saber si avanzan o retroceden. Solo el palo de la escoba al tocar la pared del túnel les hace comprender que se están parando. En la oscuridad, resuena el eco de sus voces:

- ¡Sigue echando arena! ¡Ponte la mascarilla! ¡Túmbate y podrás respirar mejor! – Le dice Dioni a Antolín.
- ¡Dale más potencia, estamos patinando! – Replica este.

En un alarde de pericia, Dioni abre el regulador a tope y las nuevas pulsaciones de los pistones hacen temblar las paredes mientras los patinazos frecuentes despiden un haz de chispas como única fuente de luz en las tinieblas. Un humo espeso e irrespirable lo envuelve todo. En este escenario Antolín se da cuenta de que Calixto ha desaparecido. Solo Eloísa permanece a su lado muy asustada.
No hay forma de avanzar. Retroceder no es una opción que se les pase por la cabeza. Siguen intentándolo hasta casi desfallecer. Cuando parece que sus continuos intentos tocan a su fin, sienten que la máquina deja de patinar y muy despacito remonta la rampa. No comprenden nada. Salen del túnel y se incorporan a la vía de cruce de la estación. Cuando poco a poco se rehacen y consiguen mirar al convoy, no dan crédito a lo que ven detrás del último vagón. He ahí la razón del milagro: otra máquina se ha incorporado por la cola para empujarles. Pero lo que les hace brotar una sonrisa en sus ennegrecidos rostros, es descubrir a Calixto encaramado en la marquesina de la otra locomotora, dando saltos de impaciencia.

Todo se aclara después. El jefe de estación, ante el retraso del tren, llamó a su colateral para confirmar la hora en que había salido de allí. El factor de ésta, confirmó el extremo y previno a su colega para que tomara precauciones. Fue colgar el teléfono, salir fuera y ver aparecer a Calixto por la vía para que ya no tuviera dudas de que algo grave pasaba. Llamó al depósito de Pola y pidió con urgencia la máquina de la reserva. Los ferroviarios de esta línea están muy pendientes de las posibles incidencias en la subida al puerto y gracias a ellos nuestros amigos pueden contarlo. ¿Sólo a ellos? En este caso la fidelidad de Calixto arriesgando su vida por las vías puso el acento en la decisión del factor de la estación para solicitar la ayuda con urgencia. Un gesto que el personal del ferrocarril no olvidará jamás.

Pueden imaginar que a partir de este suceso, el Tren del Zoo es toda una leyenda en la cuenca minera. A Eloísa y Calixto les están confeccionando unos monos de trabajo a su medida, y lo que sin duda les gustará más: una gorra de visera con los adornos de la compañía.