30 abril 2006


EL ALMA DEL CARRIL.

He vuelto a la vieja estación o lo que queda de ella, convertida ahora en cargadero de carbón. Tan sólo la rampa que daba acceso al muelle de mercancías se ha salvado. He paseado entre las vías, hoy desiertas por ser festivo, haciendo equilibrios entre las desgastadas traviesas y el balasto envejecido. Hay una vía de paso y tres de cruce, una de las cuales da cobijo a los vagones que cargan el mineral. Todos los carriles están machacados, herrumbrosos y casi cubiertos por la vegetación y las escorias. Son de 1930 de 45kg por metro lineal, poca envergadura para las cargas que soportan ahora. Me he fijado en un tramo de carril. Está partido a lo largo de la base de rodadura, por el "alma", que diría un ferroviario, y no comprendo cómo sigue resistiendo todavía. Ahora pienso en mí. Soy ese carril, mi espíritu está fatigado y las traviesas donde me apoyaba o no existen o son puras astillas. Creo que mi alma también se ha partido y a ello han contribuido las cargas excesivas que al igual que al carril han circulado por mi vida.
Su desgaste y el mío existen desde que nacimos, pero sus efectos se sienten de golpe, una sola vez en la vida, es ese día en que la última circulación que pasa por encima nos parte el "alma".




1 comentario:

Anónimo dijo...

una hermosa descripción e ingeniosa analogía de quien siente su vida al borde de otra etapa... y bueno, la reticencia es tan humana, como la adpatación a lo nuevo...