10 julio 2007


EL BOLSO SIN ROSTRO.



Después de su clausura, las minas de Tharsis se convirtieron en un fantástico rastro de reliquias del pasado, donde más que buscar se trataba de elegir cual me llevaba. Tal abundancia me entretuvo un buen rato sin decidirme por objeto alguno. Y con tantas cosas atractivas a mi alcance fui a reparar en la menos llamativa; un bolso de bandolera tirado en el suelo y casi enterrado por la suciedad. De piel curtida y diseño tosco, sin duda resultado de un trabajo artesano para un fin sencillo; llevar papeles relacionados con la empresa. Mi cabeza empezó a imaginar esas manos desconocidas cortando un cuero huérfano de patrón para después traspasar la piel con una gruesa aguja que uniera los trozos con duro bramante. Y cuando terminaron lo esencial, le dieron un toque personal que dejó la huella de su autor por sencilla que esta fuese. Un punzón sirvió para reproducir el anagrama de la empresa y ribetear los bordes del cierre, donde una hebilla cualquiera ocultaba su interior.

Hoy día forma parte de mi colección de chatarras que cuelgan de las paredes del pasillo, siendo la pieza que más sorprende a mis amigos. Nadie comprende donde reside el valor de semejante objeto. Y es difícil de explicar que me guste más este bolso qué un apreciado cristal de Murano, por ejemplo. Mis artilugios y éste en particular tienen la magia de aquello que a veces pensamos: "Quién te iba a decir, que este objeto acabaría formando parte de mis cacharros más preciados". Solo me falta saber de quién eran esas manos.