30 enero 2015

NADIE ESCUCHA NADIE


 

Es una lástima que por la educación recibida, nuestras conversaciones estén salpicadas de interrupciones continuas en las que cada cual intenta imponer su punto de vista, o su verdad.  Ejemplos los tenemos todos a poco que nos paremos a reflexionar sobre esos momentos en los que hemos discutido de forma acalorada con otro contertulio.

Por no saber escuchar, nos estamos perdiendo algo sorprendente y de lo más gratificante, que es ayudar a tu vecino y no agobiarlo más de lo que ya está. Para conseguir lo primero solo hace falta tener la mente abierta y estar dispuesto a utilizar algo tan fácil de aplicar y tan difícil a la vez como es las ganas de echarle una mano.

Tuve hace muchos años un profesor que en una de sus clases nos vino a demostrar lo que significaba “escuchar”. Para ello nos puso varios ejemplos verbales y prácticos. Yo voy a destacar alguno de los que más me llamó la atención:


- Cuando en una conversación telefónica das un número a otra persona y al otro lado del hilo solo escuchas el silencio de quien se supone está anotando; al terminar, una vez has colgado, puede que te asalte la duda de si habrá anotado el número correctamente. Y de la duda pasaremos a una cierta inquietud si de esa buena anotación depende algún negocio importante.
- Qué distinto resulta en esa misma situación si tu interlocutor va repitiendo los números que le das. Y mucho más, si al final te dice el número completo para obtener tu aprobación. Al colgar sentimos que nos han escuchado bien. Nos quedamos tranquilos.

Pues bien, como decía mi profesor, el secreto de una buena escucha debe estar en darse por enterado de lo que otro nos cuenta y obtener su confirmación.

Para contrastar esta hipótesis vino a hacer un par de ejemplos prácticos con la clase. Pidió un voluntario y le invitó a que contara algo sobre cómo le había ido el día. Era obvio que todo giraría en torno a las clásicas generalidades y pronto terminaría el experimento, pero sin pretenderlo, nuestro compañero acabó hablando más de la cuenta, es decir, entró en detalles de su vida personal sin que nadie se los pidiera. Lo curioso en el desarrollo del monólogo, (el profesor intervino muy poco) es que este fulano se fue aplicando a si mismo posibles soluciones a los problemas de que nos había hecho partícipes.

Una vez acabó, el profesor le pregunto sobre la sensación que tenía en ese momento, a lo que este gentil voluntario respondió que se sentía bien, comprendido, un tanto desahogado.

Aprovechó nuestro profe para revelarnos el secreto del método aplicado valiéndose de la grabación que había hecho durante la charla:



-        Si os fijáis – dijo una vez escrutada la cinta – lo único que he hecho es que al final de cada intervención suya, cuando parecía que todo terminaría ahí, ha sido repetir de forma muy resumida y con palabras distintas  lo que él acababa de decirme, así una y otra vez.

Y comprobado que efectivamente tan solo se había limitado a repetir o repreguntar lo que acababa de decir su alumno nos dejó el siguiente mensaje:



-        Es él quien ha ido descubriéndonos aspectos  y problemas personales  para los que se ha dado soluciones también personales. Da igual si serán las adecuadas o no, yo parto del hecho de que nadie tiene la solución para los problemas ajenos, ni tampoco que nuestras experiencias, por muy parecidas que sean, vayan a servir a otro. Cada uno tendrá que buscar su camino y mientras busca, la mejor manera de ayudar es escuchar. Es decir, dar por sentado que eso es lo que esperan de mí y no otra cosa.

Si en algún momento te decides a poner en práctica este sencillo método, no te sorprendas si al finalizar tu interlocutor te ofrece su mejor sonrisa.