27 mayo 2012

NO ESTÁ TAN LEJOS Y YA VUELVE



Al traspasar la puerta, percibí una mezcla de diferentes olores entre los que predominaba la brea. Dentro del vestíbulo de la estación el aire era espeso e irrespirable. Un calor sofocante a causa  de la humedad, convertía a ese Julio de 1960 en uno de los meses más insoportables de cuantos se dieron en aquel lugar.

Rosa, mi mujer, con mi hijo Daniel de dos años en brazos, me seguía aturdida como quien no se acaba de despertar de un mal sueño. Daniel, impresionado por tantos estímulos repentinos, no paraba de mover su cabeza de un hombro a otro en los brazos de su madre. Pero afortunadamente no lloraba, ni parecía acusar el calor asfixiante de esa tarde sin una brizna de aire.
Busqué la taquilla y encontré una larga fila de personas que eran calcadas a mí en bultos y ropas. Apenas hablaban, tan solo mostraban sus miradas perdidas alrededor. Me puse a la cola y después de dos horas conseguí el billete. Al final, el tiempo se nos había echado encima y tuvimos que ir de prisa al anden donde se encontraba formado un largo tren con vagones de madera de tercera clase y destino a Bélgica

Llegamos a la portezuela y quise subir, pero resultó imposible hasta que los primeros dejaron colocadas sus maletas y bajaron sus acompañantes. Finalmente, pude abrirme camino hasta uno de los departamentos, era de asientos corridos de listones de madera, y a base de empujones metí una maleta en el porta equipajes, la otra quedó en el suelo como tantas otras, interrumpiendo el paso. Faltaban diez minutos para la salida y quise bajar para despedirme de Rosa y Daniel. Sudaba profusamente y el estómago me molestaba. Intenté pasar entre la gente amontonada en el pasillo pero no avanzaba. El altavoz anunció la inmediata salida del tren, los nervios se desataron y comenzaron los gritos y empujones. Desistí de bajar y volví al departamento con intención de asomarme a la ventanilla. Supliqué, rogué y lloré hasta conseguir un hueco por donde mis ojos buscaron a Rosa. La vi a escasos metros de la escalerilla del vagón. Mis gritos se fundieron con más gritos hasta que ella reparó en mí. Rosa se acercó hasta situarse a poca distancia de la ventanilla.

- Pásame a Daniel que le dé un beso.

Y Daniel se elevó en volandas hasta mis brazos. Seguía sin llorar, estaba distraído con tanto jaleo. Lo besé una y otra vez hasta hacerle llorar. Debió sentir mi angustia y reclamó a su madre. ¿Cuándo volvería a verlos?

- ¡Rosa cuídate! Te escribiré en cuanto llegue. No estés triste, volveré antes de lo que imaginas. ¡Te quiero mucho! - Fueron mis últimas palabras entre el griterío.

Daniel estaba ya en los brazos de su madre cuando el silbato de la máquina se acompasó con los tirones del vagón al moverse. Las lágrimas que brotaron de los ojos de Rosa no gustaron a Daniel. Se las retiraba con la mano y llorando le pegaba en la cara. Pero no era el único, todos llorábamos. Los que marchábamos y los que se quedaban. Fue la mejor manera de quitar esa opresión en el pecho. Tan solo los que no podían hacerlo se quedaron con la mirada clavada en el suelo y la cabeza entre las manos.