21 febrero 2007


CONVIVIR CON LOS FANTASMAS.

Mis aficiones tienden a desarrollarse en escenarios que para muchos podrían resultar tétricos, poco higiénicos e inseguros. Todos conservan, en mayor o menor proporción, reliquias de un pasado no tan lejano en años, pero sí muy distante en las tecnologías aplicadas. Fábricas y fundiciones de altas chimeneas ornamentales, de las que brotaron nubes ácidas calcinando el verde que acompañaba los campos, y ahora son los testigos mudos de la desolación. Minas que cuando se cerraron, las vagonetas aún se empujaban por los brazos más tiernos de una infancia robada. Estaciones a las que con gran retraso llegaba “El Tren Correo” para descargar esas sacas de cartas que daban al oficio de cartero una aureola de persona importante y siempre deseada.
Pero comprendo que para los que aún son testigos de aquellos tiempos, prefieran olvidarlo. Sin embargo yo lo veo distinto, tanto, que estoy seguro de desfigurar la realidad sobre las vidas que levantaron aquellos muros, poblaron su interior y nos dejaron ese legado, hasta que la oferta y la demanda, lo convirtieron en la ruina más absoluta. Cuando estoy entre el amasijo de cascotes y restos de esta arqueología industrial, los veo trajinar de un lado para otro. Embutidos en sus boinas, chaquetas raídas y zapatos reventados. A mi derecha el peón que empuja la vagoneta de mineral, más allá los picadores a punto de bajar a la mina. El tornero creando una pieza imposible. O esos fogoneros incansables partiendo briquetas de carbón para alimentar un fuego insaciable. Quisiera ir con ellos y desvelar el misterio que encierran esos lugares. Los admiro a todos, son verdaderos luchadores que han pasado por la vida sin lo que hoy llamaríamos vivir. Dejaron una huella difícil de borrar, sobre todo por el fruto de sus manos. Decidí hace tiempo traérmelos a casa. Tengo sus huellas y su sudor en cada uno de los objetos que cuelgan de paredes o reposan sobre estanterías. Son mi verdadero patrimonio. Y entre todos, el más querido es una chapa de latón, en la que figura una inscripción grabada con martillo y cincel que dice: " CASILLA MANGAS - INCENDIO CERVANTES 1" Me quedo mirándola y me digo, que después de tantos años de hacerme preguntas sobre esta especie de servidumbre, he perdido la esperanza de enterrar a todos mis fantasmas y mirar sin recelos el mundo que me ha tocado.