23 marzo 2006



EL TREN DE POLA.


A un gesto de Dionisio la pareja sube a la locomotora de vapor conocedora de su misión. Eloísa lo hace por la escalerilla de acceso a la marquesina, como buena ferroviaria, mientras que Calixto prefiere dejarlo a la improvisación, unas veces por los topes delanteros, otras por los traseros y las menos por donde resulta más fácil. Eloísa se ocupa de hacer sonar el silbato de la máquina avisando de la salida del tren con pitidos la
rgos y sonoros, como manda el reglamento. Cuando termina, mira al jefe buscando su aprobación. Calixto es el encargado de echar la cadenilla de protección a ambos lados de las escalerillas, para evitar una inoportuna caída de sus patronos a la vía cuando la máquina da bandazos. Algún entendido en esta materia pensará, que cómo es posible que, en esta “vaporosa” vayan cuatro operarios cuando lo normal son dos. Bien, despejemos la incógnita. Eloísa es una chimpancé de tres años; inteligente, cariñosa y muy trabajadora. Sus ojos son negros y cuando mira te derrites. Ella lo sabe y a veces creo que abusa de Dionisio y Antolín, maquinista y fogonero respectivamente. Quedan todos presentados.
Decía qué Eloísa es inteligente, sí, bastante más que Calixto y aprende con facilidad. Además de tocar el silbato se ocupa también de echar el freno de mano al tender de la locomotora. Eso de dar vueltas a l
a manivela la apasiona. Ahora Dioni, como le llaman sus amigos, le está enseñando a regar el carbón de vez en cuando; los aficionados saben que esta operación es importante para que no se levante polvo y que no salgan demasiadas carbonillas sin quemar por la chimenea. De momento va bien, pero de vez en cuando se distrae y moja lo que no debe.
Calixto es muy vivaracho, es un mono Titi, creo que así les llaman, nervioso, activo y bastante alocado, ya lo dije antes. Dioni teme que algún día le pueda pasar algo pues no se está quieto en ningún sitio, tan pronto se sube a la pila de carbón como se planta en lo alto de la marquesina o se pone en el frontal de la máquina agarrado al farol de acetileno. Entonces parecen un tren en la jungla thailandesa. Pero es un buen chico, tiene dos años y su juventud no le deja en paz. Eloísa le trata con cariño a pesar de que Calixto siempre está enredando. Sólo, cuando toca el silbato, no le permite bromas, si se acerca, le enseña los dientes o le previene con un chillido amenazador. Los ferroviarios de la línea llaman a este convo
y "El tren del zoo" y ya están habituados a coexistir con ellos. Algún que otro jefe de estación acepta de buen grado que Calixto toque la campana de aviso a los viajeros antes de la salida del tren, a sabiendas de que no es lo suyo, y más que un tilín, tilín, armónico, suele conseguir un sordo roce del badajo mezclado con tintineos esporádicos. Otros maquinistas aprovechan los cruces de sus trenes con el de Dioni para darles alguna golosina y de paso hacerles rabiar un poco.
Por fin el tren sale de Pola en dirección a León con un carbonero. Las brigadas de vía y obras trabajan en el puerto sin descanso apartando la nieve, pero apenas despejan un tramo, ya está cubierto el anterior. Dioni y Antolín saben que el estado de la vía resultará peligroso, pero cumplir su misión tendrá como resultado el abastecimiento de fábricas, calefacciones y cocinas de una parte del país.
La “Pajares”, que así se llama su máquina, arranca del andén tercero con apoteósico rechinar de ganchos y ruedas. Se acompasa de nubes de humo blanco que ocultan la estación, y chorros de vapor que escapan por los émbolos como si en ello le fuera la vida. Y no es exagerada la comparación, pues maquinista y fogonero saben que para superar la primera rampa donde se encuentra el túnel número diez, es indispensable pasar a no menos de 40kms/h o de lo contrario mejor no pensar. Tras quince minutos de marcha y duros intentos por sacar lo mejor de su vieja locomotora, llegan al túnel a escasa velocidad. La empinada cuesta a su salida les hace perder velocidad y dar alocados patinazos. No se ve casi nada. Respiran penosamente. Como consecuencia del calor les sobreviene una gran confusión mezclada con la angustia de no saber si avanzan o retroceden. Solo el palo de la escoba al tocar la pared del túnel les hace comprender que se están parando. En la oscuridad, resuena el eco de sus voces:

- ¡Sigue echando arena! ¡Ponte la mascarilla! ¡Túmbate y podrás respirar mejor! – Le dice Dioni a Antolín.
- ¡Dale más potencia, estamos patinando! – Replica este.

En un alarde de pericia, Dioni abre el regulador a tope y las nuevas pulsaciones de los pistones hacen temblar las paredes mientras los patinazos frecuentes despiden un haz de chispas como única fuente de luz en las tinieblas. Un humo espeso e irrespirable lo envuelve todo. En este escenario Antolín se da cuenta de que Calixto ha desaparecido. Solo Eloísa permanece a su lado muy asustada.
No hay forma de avanzar. Retroceder no es una opción que se les pase por la cabeza. Siguen intentándolo hasta casi desfallecer. Cuando parece que sus continuos intentos tocan a su fin, sienten que la máquina deja de patinar y muy despacito remonta la rampa. No comprenden nada. Salen del túnel y se incorporan a la vía de cruce de la estación. Cuando poco a poco se rehacen y consiguen mirar al convoy, no dan crédito a lo que ven detrás del último vagón. He ahí la razón del milagro: otra máquina se ha incorporado por la cola para empujarles. Pero lo que les hace brotar una sonrisa en sus ennegrecidos rostros, es descubrir a Calixto encaramado en la marquesina de la otra locomotora, dando saltos de impaciencia.

Todo se aclara después. El jefe de estación, ante el retraso del tren, llamó a su colateral para confirmar la hora en que había salido de allí. El factor de ésta, confirmó el extremo y previno a su colega para que tomara precauciones. Fue colgar el teléfono, salir fuera y ver aparecer a Calixto por la vía para que ya no tuviera dudas de que algo grave pasaba. Llamó al depósito de Pola y pidió con urgencia la máquina de la reserva. Los ferroviarios de esta línea están muy pendientes de las posibles incidencias en la subida al puerto y gracias a ellos nuestros amigos pueden contarlo. ¿Sólo a ellos? En este caso la fidelidad de Calixto arriesgando su vida por las vías puso el acento en la decisión del factor de la estación para solicitar la ayuda con urgencia. Un gesto que el personal del ferrocarril no olvidará jamás.

Pueden imaginar que a partir de este suceso, el Tren del Zoo es toda una leyenda en la cuenca minera. A Eloísa y Calixto les están confeccionando unos monos de trabajo a su medida, y lo que sin duda les gustará más: una gorra de visera con los adornos de la compañía.