30 abril 2006





MINAS DE RIO TINTO.

No te conocí cuando conservabas la piel que la simple evolución del planeta te fue dando. Sin duda, aquella belleza la puedo interpretar cómo la de cualquier paisaje. No importa su aridez o frescura, es solo cuestión de descubrir lo que no ves con los ojos. Nosotros te trasformamos. Nos invadió una locura febril por desentrañar tu vientre, sacar el metal que nos hacía falta para vivir mejor. Te abrimos, fuimos horadando tu carne, apartando las vísceras inservibles hasta llegar al fruto profundo. Te mortificamos, quemamos los bienes recolectados, soltando al aire y al agua venenos que mataron toda la vida que hasta entonces te acompañaba. Las nuestras empezaron a sufrir la muerte ajena. Y cuando te agotaste ni siquiera te enterramos. Nos fuimos y dejamos la herida abierta. Pero en medio de ese caos, surgió la belleza. Los venenos minerales han vestido tus escombreras de los colores del arco iris y el Tinto recupera su belleza. La vida vuelve poco a poco. He visto alguna mata solitaria salir en esas inmensas terrazas calcificadas, y correr a las primeras hormigas de primavera. En medio de tanta destrucción nacen nuevas formas, colores inimaginables, escorias labradas al azar en aquellos hornos crematorios, piritas que brillan a la luz de la luna, cuarzo y yesos labrados por la lluvia.Y al pasear a tu lado, junto al Tinto, siento la misma paz que Machado a la orilla del Duero. Nada ha cambiado sustancialmente. Tus entrañas escondían una belleza tan abrumadora como la profundidad de la herida que no tapamos.








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