27 abril 2006








NAVIDAD EN BEMBIBRE (CUENTO).


En la estación de Bembibre, en el Bierzo Leonés, comienza el ascenso al Puerto del Manzanal. Allí nunca se celebra la Navidad. Una pena, pues pocos lugares ofrecen un paisaje tan adecuado para esas fechas: Nieve por todas partes, ventiscas, y frío que congela las ideas.
En este panorama se desenvolvía el jefe de estación allá por los años cincuenta. Bembibre tenía una gran playa de vías y numerosos apartaderos, imprescindibles para situar los trenes carboneros cuando el clima impedía su circulación por el puerto.
Cierto día de Diciembre, ya no quedaban vías disponibles. La subida por el puerto no era recomendable hasta que amainara un poco el temporal. Sin embargo, las necesidades de combustible no podían esperar más. Se mandan brigadas que trabajan sin descanso apartando la nieve, pero apenas despejan un tramo, ya está cubierto el anterior. Mas las presiones sobre el jefe de estación desde la jefatura de León no cesan y acaban por  hacerle tomar una decisión. Convoca a tres parejas de conducción y les da orden de partir en triple tracción con un carbonero de 50 vagones. Saben que cumplir esta misión supone abastecer las calefacciones, cocinas y fábricas de un país aún sumido en la pobreza y la miseria. Confia en que las desdichas, en estas fechas, le den una tregua.

Al oir el sonido del silbato, las tres locomotoras (dos en cabeza y una empujando por la cola) se ponen en marcha en un apoteósico rechinar de ganchos y ruedas, acompasado de nubes de humo blanco que ocultan la estación. Las dos primeras despiden chorros de vapor por los émbolos como si en ello les fuera la vida, mientras que la que empuja por la cola patina en su afán de coger la velocidad adecuada cuanto antes. Maquinista y fogonero de esta última, saben que les ha tocado la peor parte. Si el convoy llega al túnel del El Lazo a 40km/h, podrán sortearlo sin grandes agobios, de lo contrario..., prefieren no pensar.
Tras una hora de marcha complicada llegan al túnel a escasa velocidad. Las dos primeras máquinas lo atraviesan junto con la mitad del convoy, pero la empinada rampa a su salida les hace perder velocidad y dar alocados patinazos. La que va en cola lo intuye y aplica toda su potencia hasta introducirse en el túnel. No se ve nada. Están sofocados, se abrasan la piel, apenas pueden saber si avanzan o no. Solo el palo de la escoba al tocar la pared del túnel les hace comprender que se están parando. Se dan voces el uno al otro:

- ¡Sigue echando arena! - ¡Ponte la mascarilla! - ¡Túmbate y podrás respirar mejor! - ¡Por Dios dale más potencia, estamos patinando!

Podrían escapar de ese infierno haciendo marcha atrás y así salir del túnel, pero significaría dejar que la composición retrocediera sin control hasta sabe Dios donde, y renunciar a su cometido. Con las gargantas abrasadas por los gases de azufre, las ropas medio calcinadas, la pareja de conducción hace el último gran esfuerzo por sacar el tren del túnel. Regulador abierto al máximo, pulsaciones de los émbolos que hacen temblar las paredes, patinazos frecuentes que despiden un haz de chispas como única fuente de luz en las tinieblas, y un humo espeso irrespirable, es el escenario donde sus sentidos dejan de sentir.
El maquinista de la titular que va en cabeza, ha visto que recupera velocidad y que la máquina de cola ha salido del túnel. Hace las señales reglamentarias con el silbato para que esta deje de empujar y retroceda hasta Bembibre. Pero no obtiene respuesta. La velocidad es tan pequeña que manda al fogonero apearse para ver que ocurre. Cuando llega a la máquina, se encarama a la cabina y encuentra a sus dos compañeros sobre el suelo. Cierra el regulador y frena la frena. Se acerca a ellos y los zarandea. Por sus mejillas empiezan a resbalar unas lágrimas negras. Las señales que envía con el silbato a sus compañeros son campanas tocando a muerto. No son los primeros ni serán los últimos.
El tren ha llegado a su destino. En la ciudad el invierno no será tan duro. En Bembibre la Navidad se enluta de nuevo. Por eso nunca se celebra.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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