LA HIGUERA.
Se sentó Pepe debajo de la frondosa higuera, en el banco de madera que él mismo se había hecho con viejas traviesas de la vía. A su lado, en la mesa de piedra, puso el café y el porrón con el aguardiente que su amigo Hilario (maquinista en la línea) le había traído del Bierzo. Hilario era su único contacto con el exterior. También el cartero que nunca le llevaba carta alguna, solo los paquetes y libros que Pepe le pedía. El café de origen portugués lo preparaba a conciencia, ni muy molido ni excesivamente grueso, era su secreto, que solo compartía con Hilario. Nunca detenía el tren del todo, pues no había parada autorizada, así que Pepe le seguía al paso y le daba el vaso de café puro con unas gotas de aguardiente, mientras Hilario le entregaba el paquete y le informaba de alguna noticia atrasada.
Bebió un sorbo y se recostó sobre el banco observando la algarabía de pájaros refugiados a esa hora de la tarde, la de más calor, en el fresco cobijo de tan generoso árbol. Hacía días que los higos eran objetivo de las aves. Fruta que mezclada con el agua de la alberca les producía unas diarreas descomunales. Con sus ojos fijos en el azul infinito, empezó a recordar cuando llegó por primera vez a este destino. La estación del Mármol. Así la llamaban porque durante años era punto de embarque de unas canteras que tardaron poco en agotarse o quizás, ya no interesaban a nadie. La pequeña casa no parecía una estación. Sólo tres estancias, entre ellas la oficina del teléfono con cuatro muebles viejos. En el exterior, dos Eucaliptus que marcaban la única referencia de un paisaje lunar en la sierra de los Murrios. A su lado un pozo que nadie pensaría tuviese agua. Una vía de cruce y una de carga con su pequeño almacén, era el inventario de aquel desolado lugar.Trasformar la realidad es lo que él había conseguido durante tantos años. Aquel pozo con su generoso acuífero, alimentó a unos plantones de diversas retamas, alibustre, romero, lilas y jazmines. Después vinieron un almendro, un membrillo y dos manzanos. Pero ninguno de ellos le dejó la sombra que buscaba. Para colmo, no daban a la estación el aire ferroviario que deseaba. Toda estación que se precie debía tener como mínimo una higuera.Y acabó plantando cuatro, pero de todas ellas una fue su orgullo, su gran amor junto al perro Latón, un San Bernardo recogido de

El sonido del silbato de Hilario le ha despertado de sus recuerdos. Después de poner las cadenas del paso a nivel coge el banderín en ristre para dar el paso reglamentario, aunque a nadie le importe.Se sorprende por la inesperada parada de Hilario a su altura. No tiene buena cara su amigo. Entre el estruendo de los motores diesel escucha a un personaje que se asoma a la ventanilla y que no conoce. Le entrega un sobre al tiempo que le dice:

- A partir de primero del mes que viene, esta estación quedará suprimida. En el sobre vienen las instrucciones y su nuevo destino.
Hilario se ha despedido de Pepe sin recibir respuesta, pero lo entiende.Muy despacio, mientras el rugido de la diesel se aleja, Pepe retira las cadenas del paso a nivel y vuelve a hacia la casa. Latón como siempre detrás de él. Después de leer el contenido del sobre da un vistazo alrededor y se fija en la higuera. Sonríe y hablando en voz alta le dice:
- En los próximos meses voy a preparar una huerta entre tu sombra y la alberca.
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