18 mayo 2006

HEROE POR ACCIDENTE

(para mi ferroviario favorito)
Regresaba a Játiva desde Valencia, en un tren cuyos vagones le recordaban los de un tranvía, con el maquinista a la intemperie de los ojos de los viajeros, separados tan solo por una barra metálica semicircular. Se había situado en el vagón de cabeza, próxima al conductor que, embutido entre su sillón y un mostrador ligeramente inclinado hacia el interior, manejaba con la pericia de un virtuoso, atrayentes manivelas, pulcrísimos manómetros, relojes de tiempos diferentes y otros objetos igual de seductores, que a ella se le antojaban milagrosos.
Se estaban aproximando a Silla y, una vez más, observó sus manos posándose como una caricia sobre los mandos de aquel gusano de madera, que se iba deteniendo con docilidad en el andén número uno. Fue en ese momento cuando las cosas comenzaron a perder toda apariencia de normalidad.
Vio al factor corriendo frenéticamente por el andén, mientras agitaba el banderín en dirección al maquinista, gritándole que continuara avanzando para dejar libre el frontal de la estación. Después vino el desalojo de los viajeros y la noticia de que por la vía tres, procedente de la estación de Manuel-Enova, se aproximaba, descontrolado, un convoy de dos unidades, que si no conseguían detenerlo allí, colisionaría en no más de quince minutos con el expreso 421, que circulaba en dirección contraria.
Todo sucedió como si se tratara de fragmentos de una película a la que hubiera abandonado su montador. Mientras cuatro operarios colocaban enormes calzos sobre las vías, para hacerlo descarrilar, y la emisora de la estación desgranaba gritos y susurros, la sombra del maquinista de manos de seda volaba campo a través, en una dirección que ella entonces ignoraba.
Trancurridos minutos como horas, contuvo el aliento mientras veía agrandarse la figura de aquel animal herido, que desplazó furioso los calzos, continuando su carrera en caída libre, como un águila a la que hubieran disparado sobre las alas. A continuación un silencio sobrecogedor ante la tragedia inevitable.
Después, un galimatías de palabras entrecortadas... “la subida del Getsemaní... Romerales...el puente”, a las que solo pudo dar sentido al cabo de un tiempo eterno, mientras en la lejanía comenzaba a vislumbrarse la imagen difuminada de aquel pájaro abatido, desplazándose cansinamente en marcha atrás.
Lo había rescatado el maquinista de corazón loco, que en una desesperada carrera contrareloj, había llegado hasta el puente que cruzaba las vías en un tramo de fortísimo ascenso, a tiempo de lanzarse sobre la locomora, consiguiendo hacerse con su control, plantándole cara al destino, que aquel día tenía previsto cruzarse de mala manera con otras vidas.


1 comentario:

Juan Leante dijo...

Gracias por este cariñoso y apreciado regalo. No te cortes y cuando quieras te marcas otro.

Un besazo.