02 mayo 2006


UNA GOTA (Para Juan)


Sopló un aire seco mar adentro y arrastró la nube de leche con dos humos de hollín hasta la playa donde ranas blanquísimas decidían perder la piel bajo el sol devorador de humedades. Pasó de largo y entró en los pastos amarillos y punzantes, y estuvo de visita medio paso de ángel y después, con un nuevo empujón de viento, bajó como un paracaídas sobre la llanura. Y allí se quedó engordando de gris, fija como una pintura en relieve. El día se fue con una lentitud de moribundo que se aferra a la vida y araña los minutos con el ansia de quien no quiere morir. Por la noche, la nube continuó su viaje y se alzó hacia las montañas y vio mundo y se contaminó de humores ácidos que removieron el vapor blanco y el hollín y las párticulas suspendidas y aumentó su peso. Amanecía cuando aquella masa se alargó en un punto y se hizo una pequeña lágrima que se fue llenando y creciendo hasta convertirse en un pequeño globo que quedó unido a su madre por un hilo finísimo hasta que al final se soltó. Después de desayunar en la cafetería, volvió a su asiento, cerró los ojos y dejó que los latidos del convoy sobre los raíles entraran en el caudal de su sangre y golpearan sus sienes y sus muñecas. Sacó una mano por la ventanilla y la volvió palma arriba. La lágrima cayó sobre el techo del vagón, se arrastró perezosa, culebreando, perdió líquido por el camino y al final goteó sobre la mano. En seguida llegaron más y mojaron su piel y rebotaron con fuerza en el metal punteando el pulso del tren en su recorrido hacia el mar.

1 comentario:

Juan Leante dijo...

Gracias bonita. Cuando puedas me haces otro por aquello de no abusar.

Besazo.