La soledad de ida y vuelta.
Así lo siento cuando camino solo, realizando una de mis excursiones a pie por parajes solitarios. Y debe ser así para que la soledad no sea dolorosa, como la que normalmente se vive a diario. La mía es deseada, la busco. Hace tiempo que dejé de esperar esa compañía que compartiera mis lugares. Durante unos años creí dársela a mi hijo, pero era al revés. Se hizo mayor y me tuve que buscar la vida para seguir trotando, hasta que las piernas digan basta.
Hace unos días volví a mi segunda casa,
o tercera, no sé, tengo unas cuantas donde elegir, en Río Tinto. Si hubiera soñado un gran plan, no habría sido tan placentero como el que la realidad quiso depararme.
Esperé el amanecer sentado al borde de la Corta Atalaya. Aquí, la gente del lugar, la llama "El corazón de la Tierra". Es por su majestuosa profundidad y la envergadura de la circunferencia que con el paso de los años ha sido ensanchanda. Ahora está medio inundada desde que se dejó de explotar. Es un testigo que habla a todo el
- De la belleza que muestran sus paredes desnudas, piso a piso, hasta llegar al azul intenso de sus aguas, fruto de la disolución de los minerales. Los mismos que se nos quedan pegados a la retina cuando van cambiando de color de una pared a otra.
- Y sobre las huellas de aquellos que no están y que desde los romanos hasta hace unos años dedicaron su vida (si así se le puede llamar) a extraer los valiosos frutos de su interior con los que modelar el mundo.
Dejar Corta Atalaya y continuar mi andadura a orillas del Río Tinto en dirección a
El rechinar de las piedras bajo mis pies me incita a recordar. Siempre me hablaron acerca de una misión en la vida, algo que
Pero para ser sincero tampoco es exacto lo que acabo de decir, si no ¿para qué os lo cuento?. Busco sintonía, sertirme sociable. No será fácil, porque la soledad buscada te devuelve a la soledad no deseada y así sucesivamente.