Es una lástima que por la educación recibida, nuestras
conversaciones estén salpicadas de interrupciones continuas en las que cada
cual intenta imponer su punto de vista, o su verdad. Ejemplos los tenemos todos a poco que nos
paremos a reflexionar sobre esos momentos en los que hemos discutido de forma
acalorada con otro contertulio.
Por no saber escuchar, nos estamos perdiendo algo
sorprendente y de lo más gratificante, que es ayudar a tu vecino y no agobiarlo
más de lo que ya está. Para conseguir lo primero solo hace falta tener la mente
abierta y estar dispuesto a utilizar algo tan fácil de aplicar y tan difícil a
la vez como es las ganas de echarle una mano.
Tuve hace muchos años un profesor que en una de sus clases
nos vino a demostrar lo que significaba “escuchar”. Para ello nos puso varios
ejemplos verbales y prácticos. Yo voy a destacar alguno de los que más me llamó
la atención:
- Qué distinto resulta en esa misma situación si tu interlocutor va repitiendo los números que le das. Y mucho más, si al final te dice el número completo para obtener tu aprobación. Al colgar sentimos que nos han escuchado bien. Nos quedamos tranquilos.
Pues bien, como decía mi profesor, el secreto de una buena
escucha debe estar en darse por enterado de lo que otro nos cuenta y obtener su
confirmación.
Para contrastar esta hipótesis vino a hacer un par de
ejemplos prácticos con la clase. Pidió un voluntario y le invitó a que contara
algo sobre cómo le había ido el día. Era obvio que todo giraría en torno a las
clásicas generalidades y pronto terminaría el experimento, pero sin pretenderlo,
nuestro compañero acabó hablando más de la cuenta, es decir, entró en detalles
de su vida personal sin que nadie se los pidiera. Lo curioso en el desarrollo
del monólogo, (el profesor intervino muy poco) es que este fulano se fue
aplicando a si mismo posibles soluciones a los problemas de que nos había hecho
partícipes.
Una vez acabó, el profesor le pregunto sobre la sensación
que tenía en ese momento, a lo que este gentil voluntario respondió que se
sentía bien, comprendido, un tanto desahogado.
Aprovechó nuestro profe para revelarnos el secreto del
método aplicado valiéndose de la grabación que había hecho durante la charla:
- Si os fijáis – dijo una vez escrutada la cinta – lo
único que he hecho es que al final de cada intervención suya, cuando parecía
que todo terminaría ahí, ha sido repetir de forma muy resumida y con palabras
distintas lo que él acababa de decirme,
así una y otra vez.
Y comprobado que efectivamente tan solo se había limitado a
repetir o repreguntar lo que acababa de decir su alumno nos dejó el siguiente
mensaje:
-
Es él quien ha ido descubriéndonos aspectos y problemas personales para los que se ha dado soluciones también
personales. Da igual si serán las adecuadas o no, yo parto del hecho de que
nadie tiene la solución para los problemas ajenos, ni tampoco que nuestras
experiencias, por muy parecidas que sean, vayan a servir a otro. Cada uno
tendrá que buscar su camino y mientras busca, la mejor manera de ayudar es
escuchar. Es decir, dar por sentado que eso es lo que esperan de mí y no otra
cosa.
Si en algún momento te decides a poner en práctica este
sencillo método, no te sorprendas si al finalizar tu interlocutor te ofrece su
mejor sonrisa.
2 comentarios:
Una verdad tan grande como una casa.
Y un abrazo descomunal.
Gracias por comentar.
Un besazo.
Publicar un comentario