Acababa de poner pie en tierra cuando el factor de la estación me hizo señales con las manos al tiempo que se acercaba. Cuando consideró que le oiría me dijo:
- Se ha equivocado, aquí no es. Súbase que voy a dar la salida.
- ¿Cómo qué no es aquí? ¿Esta no es la estación de El Entredicho?
- Sí, sí lo es. Pero es que aquí nunca se baja nadie.
- Yo sí. Si no le importa a usted me gustaría quedarme.
- Por supuesto, perdóneme, no pretendía echarle de aquí. Sea bienvenido a este lugar olvidado.
- No importa. ¿Le puedo acompañar un rato?
- Por supuesto. Sígame. Después de anotar el paso de esta circulación le invito a un café, de termo claro.
El día está nublado pero no encapotado, las nubes me obsequian con sus formas caprichosas y configuran una luz mágica en este atardecer de Febrero. Una vía de paso, dos de cruce, una de apartadero que da acceso a lo que fue el muelle de mercancías, el anden principal de la pequeña estación y otro más estrecho que separa las dos vías principales de la que queda a mi derecha, constituyen el patrimonio de este lugar. Al fondo, un túnel que salva una fuerte estribación de la sierra del Roto.
- ¿Y que se le ha perdido por este lugar, si se puede saber?
- Nada, justamente lo que quiero es dejar algo aquí, en este lugar, que a casi nadie interesa. Dígame, ¿A qué hora pasa la siguiente circulación?
- Dentro de quince minutos, se trata de un mercante que por supuesto no parará aquí.
Así que pretende dejarse algo aquí.
Así que pretende dejarse algo aquí.
- Sí, quiero conjurar de una vez por todas un maleficio que me persigue desde hace muchos años, vamos, casi toda la vida.
- No le entiendo. ¿A qué se refiere?
- Lo averiguará dentro de cinco minutos, más o menos.
- Y por qué no me lo dice ahora, qué importancia tiene esperar esos minutos.
- Ni siquiera le he preguntado su nombre, me llamo Ismael.
- Encantado, el mío es Sebas.
- Verás Sebas, como ya te he dicho llevo casi toda la vida con un personaje que vive dentro de mí, mortificándome, y no estoy dispuesto a darle más cobijo. He probado muchas cosas para deshacerme de él pero no han servido, y ahora se me ha ocurrido que solo una situación límite podría desalojarle o acabar con los dos.
- Sigo sin entenderle.
- No se preocupe en breves instantes lo comprenderá todo.
Una 269 con cuatro vagones gime a la altura de las agujas de entrada de la estación levantando la nieve recién caída.
- Apártese un poco que llega el mercante. Voy a darle paso.
Su giro hacia la locomotora coincide con una sonora y continuada pitada de la máquina, poco usual en estos casos. Sebas, no asocia ese sonido como el clásico saludo al paso, pero mecánicamente levanta el banderín de vía libre. En ese preciso momento escucha el disparo del freno de emergencia y los aspavientos del conductor asomado a la ventanilla que no van dirigidos a él. Se gira y ve a Ismael en medio de la vía con una rigidez escalofriante y la mirada fija en el convoy:
- ¡Quítese de ahí, por Dios!
- ¡Cuando note que me ha abandonado!
3 comentarios:
Menos mal. Creí que terminaba como el rosario de la aurora. Lo tuyo son los relatos de trenes y personajes entrañables.
Unos cuantos abrazos para el solitario.
Muy buen relato.
Me gustó, a mi también, bajarme en esa estación y pasearme por ella, de lo bien que explicas todo cuanto la rodea.
Un diálogo sencillo, sin adornos que sobren, un compás de dos (o tres) pero con un final magistral.
Juan, lo dicho, hazme caso.... no dejes de escribir please :-)
Hacen falta historias como estas, nadie las cuenta, y tú lo haces muy bien.
Un abrazo.
Ufffffffffffff! Que susto me ha dado Ismael.
Una estación como la que describe, tan subyugante como ese nombre ambiguo de "El Entredicho", no puede quedar marcada por un mal, malísimo suceso.
Hasta la próxima
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